viernes, julio 28, 2006

Lo que cabe en un buzón

Al llegar a casa tengo la costumbre de abrir el buzón (incluso los domingos, lo reconozco). Uno normalmente experimenta una extraña mezcla de sentimientos al abrir la puertecilla, confundiéndose el deseo de encontrar algo dentro con el miedo a que lo que encuentre sea lo de siempre: facturas. Sin embargo, el momento entre que uno coge el sobre y lee "Vidente Manolita", BBVA, Gas Natural y, cada vez más raramente -¿viva el email?-, buenas noticias de algún amigo sigue constituyendo uno de esos pequeños placeres ocultos que hacen el día a día más liviano.

Pues bien, anoche, al llegar a casa, abrí el buzón y me encontré con la caja abierta de una bombilla. Era propaganda... ¿de Phillips? ¿de Osram?... no, otra vez de nuestro "!benvolgut Ajuntament!" (cuánto tiempo sin noticias suyas... cuando toda la ciudad está plagada de carteles que me recuerdan que mi calle no es un cenicero y que Barcelona también "batega" en verano -con un presuntamente ingeniosos cartelillo en el que nos enseñan que unas gafas de sol de lado son igualitas que la B de Barcelona...-:-s).

El documento en cuestión se titula "Llum verda a Barcelona" e intenta ser un alegato a favor del uso de bombillas de bajo consumo. De las cuatro caras principales de la cajetilla, en dos aparece una margarita dentro de una bombilla, en otra, nos recmoienda comprar bombillas de "clase A", y en una tercera, dan varios consejos para reducir el consumo de energía en una letra que parece pensada para que las personas de más de 40 años - probablemente las principales consumidoras de bombillas o quienes toman las principales decisiones en sus respectivos hogares-.

Pero lo bueno estaba aun por llegar. Al girar la cajetilla desmontada vi que las distintas caras del la caja simulaban el plano de un piso! Un piso con una cocina tan grande como el comedor, con un salón independiente del comedor, con amplia terraza y recibidor , con un lavadero, un lavabo, una habitación (suite nupcial, más bien) del tamaño del salón con baño propio y un vestidor anexo. Y ya estoy harto...

1) Estoy harto de recibir basura en casa. Que lo envíen privados con su dinero, allá ellos, su dinero es; pero tirar así el dinero público...

2) Estoy harto de que el Ajuntament nos trate como gilipollas. El mejor favor al medioambiente que puede hacer la Joan Clos Lonely Hearts Club Band es dejar de enviar papeles inútiles a nuestras casas, de colgar plásticos -petróleo, al fin y al cabo- por todas las farolas de ciudad, apostar de una vez por el transporte público (una línea nueva de metro en 30 años...), dejar de hacer y deshacer agujeros (como pasó con el túnel de Mitre o con los túneles hechos para sacar las tuneladoras de la línea 9 y que se han tapado tras dos años abiertos sin que por ahí se haya asomado máquina alguna),...

3) Estoy harto de que, además, se rían en mi cara. Soy joven, busco piso y, con los precios actuales, me resulta imposible comprar uno (y menos uno como el descrito más arriba). Además, la oferta de viviendas de protección oficial en Barcelona es ínfima (la última vez organizó un show durante el sorteo en el que sólo 1 de cada 10 solicitantes iba a conseguir piso...). Por eso, ver que se derrochan fondos públicos cuando hay necesidades sociales por cubrir (y, las hay mucho más urgentes que, por ejemplo, la política de vivienda) resulta obsceno.

Ya nos han demostrado lo que cabe en un buzón. En las próximas municipales, demostremos qué cabe en una urna.

PD: Cambiando de tema, ya tardan los carteles de "Som 7 Milions". Una mente retorcidilla diría que todavía no están porque el último millón "no cuenta"... Pero eso -tan peligroso-, lo dejamos para después de las vacaciones. Un abrazo a todos y prometo seguir escribiendo después del verano, que seguro dará muuuchos temas sobre los que teclear. ¡Abrazos para todos!

lunes, julio 10, 2006

Encuentros en la segunda fase

Durante este Mundial he tenido la suerte de poder seguir múltiples partidos de muy diversa forma. Lo mejor (no está mal para ser "sólo" fútbol): he visto partidos de Alemania en un Instituto Goethe al límite de su capacidad, entre prätzels, cánticos y jarras de cerveza; he disfrutado de veladas familiares con el partido como excusa, cuando a ninguno nos importaba el resultado más que por la tradicional porra que cuelga de un imán de la nevera; y también he acudido en tres ocasiones a una sala de cine a ver sendos partidos con amigos a los que no hubiera visto esos días de no haber mediado un balón.

En los dos en los que no jugó nuestra selección compartimos la sala entre diez personas; en el de España, personas personas sólo debía de haber diez, pero el local estaba a reventar. Intentaré explicarme:

Silbidos al himno del rival, comentarios y gritos xenófobos -mejor no preguntar la afiliación política-, abandono de la sala ante la derrota inminente de tu equipo, continuos insultos a los jugadores rivales y, como colofón, un cohete con traca final disparado desde la última fila que explotó justo frente a la primera, bajo la pantalla. En definitiva,
La España de charanga y pandereta,
cerrado y sacristía,
devota de Frascuelo y de María,
de espíritu burlón y de alma inquieta,
ha de tener su mármol y su día,
su infalible mañana y su poeta.
Por un momento, consiguieron que me alegrara de no pasar a cuartos.